viernes, 3 de abril de 2009

¿Se puede...?

Hace mucho tiempo, una madrugada de julio del noventa y cinco, hacía mucho calor y media casa estaba amontonada sobre la otra media porque los pintores a las ocho de la mañana empezaban su tarea... de pronto, me dio como un ataque de enajenación, una prisa enorme por salir corriendo, una desesperación inmensa por cambiarlo todo... y fui consciente de la locura transitoria en la que estaba cayendo... y también de que la soledad la multiplicaba así que, me dejé llevar y me puse a escribir, ya que éste ejercicio de cuerpo y mente, me cura siempre todos los males.
No supe del resultado hasta pasados un par de días pues, en realidad, no pensé que hubieran muchas frases coherentes, de modo que ni siquiera lo había releído. Lo que tenéis a continuación es todo lo que escribí sin cambiarle una palabra, aunque alguna coma tuve que agregar claro, porque el rítmo que llevaba aquella noche era frenético y lo hubiéramos tenido que leer casi sin respirar... jejejeje
Espero que os guste, aunque sé que no es fácil.
Por cierto, las primeras frases son cantadas, ¿recordáis la canción "Abusadora"?


"¿SE PUEDE…? "


¿Se puede abrir la puerta…? ¡Oh! Gracias…
¿Qué hiciste…? ¡Abusadora…! ¿Qué hiciste…? ¡Abusadora…! ¿Qué hiciste…? ¡Abusadora…! ¡Abusadora…! ¿Qué hiciste…? ¡Abusadora…! ¿Qué es eso…? ¡Abusadora…!
Todo patas arriba. Pero no importa, mañana, será otro día.
Me asomo a la ventana y el pico de una estrella perdida me roza la frente… “¿Qué es eso?” me pregunto, y gotas de luz dorada que disparan palabras en clave de Sol me dejan sobre la boca el sabor de una respuesta. Recojo el rocío musical con los dedos temblorosos, después, coloco cada fonema en orden sobre la sombra de un suspiro de curiosidad y, al instante, explosionan todos ellos formando una traslúcida cascada: mil pétalos de besos en flor me ayudan a sentir muy cerca su rumor.
El río, vencido por el peso de Pepa Gorda, la luna, exclama su dolor: “Es un sueño, eres tú ¡abusadora!”.
“He ahí la respuesta”, me dije. “Estaba soñando con el cielo y de repente el cielo cayó sobre mi vientre”.
Como se habían puesto de lado y medio retorcidos junto a la almohada los pensamientos que salpicaban mi cama, me puse a recogerlos con algún interés, seguramente imaginado, porque no sé para qué sirve ese don. Cuando, de repente, vi el sonido de una mano tocando la punta de una ilusión. Quedé petrificada dentro del colchón: “¿Qué puede ser semejante muestra de poder?” pienso, mientras me consuelo moviendo los brazos con el esfuerzo de la imaginación. Y de nuevo, el esplendor de una nube errante me da la solución a esa ecuación irreducible.
“¡Raíz cuadrada de ti mismo!”, grité al edredón. “¡Abusadora!”, me contestó él con aburrimiento, “¡No existe!”
¿Qué hiciste…? ¿Qué hiciste…?. Seguramente es una mala digestión. Los pimientos por la noche… ya se sabe…
Cerré los ojos apretándolos contra mi nuca y la fuerza me hizo notar los huesos de mi poca fe. ¿Para qué mirar si tal vez haya mucho que rezar? Padre nuestro que estás en los cielos…
Espíritus bien amados, en nombre de Dios Todopoderoso, ayudadme en las pruebas de la vida…
Un descomunal pero a la vez recogido y familiar ojo me abanicó con sus pestañas: “Qué grandes tienes las alas querido ángel, ¿vienes a darme un regalo?”, articularon mis neuronas, en huelga de celo desde los noventa. “Noventa puertas tienes que abrir”, contestó aquél iris con el aplauso de su mirada.
Reconozco que hay madrugadas muy delicadas. ¡Hay que ver cómo me tengo que proteger… hasta del gazpacho fresquito me tengo que olvidar! Si es que no puede ser: a mesa abundante rencoroso amante…
Quiero un bebé pequeñito, regordete, con un mes. Que me explique de dónde viene, a qué ha venido y de qué color son las sandalias de Moisés. Un niñito con rizos de saber, con la voz de mi alma, con el mañana envuelto en los pañales y con las manos grandes para acariciar el miedo que forra mi piel.
Busco en el botiquín algo que me ayude a dormir, pero sólo encuentro pastillas para el amor. “¿Quién las ha puesto aquí?”, le pregunto al reloj. Pero las manecillas no me hacen caso, no quieren hablar con una sonámbula porque es malo para su reputación. Ellas, que son tan bien observadas y calculadas…
Si tuviera aquí y ahora a un ser extraterrestre, sabio y ocurrente, me sabría decir si una sola píldora es posología suficiente para garantizar un buen querer.
Estoy sobre las sábanas sin moverme. ¿Qué digo de un botiquín? Habrá sido quizás el vino que tomé. ¿Acaso no fue un cuartillo lo que bebí?
Qué locura de noche a fuerza de conducir cansada y aburrida por autovías de la revolución mental. Pero no, revoluciones no, sólo libertad de pensamiento, espacio abierto al paraíso real o fingido.
El vino estaba malo, estoy segura. Ya me pareció que el paladar se me escocía…
Un frescor agradable entraba por la ventana. Podía ver las partículas de polvo que entraban por ella en formación de lo más castrense. Uno, dos, uno, dos… ¡alto!. Y todas ellas, a la nueva orden y envueltas en brisa de camuflaje, cogieron el aire con los dientes. Empecé a estornudar, pero desperté a Goliath y contuve nuevos ataques, fraticidas batallas entre microbios.
Ya no era yo misma. Me había convertido en una minúscula muestra de dolor y Goliath, mi pequeña tortuguita macho, buscaba mi rastro. Salí corriendo porque sus patas, de repente gigantes, amenazaban con perderme bajo el espacio más inconsistente.
Tenía que defender mi identidad pues, aunque algo mermada, seguía siendo igual que yo misma. Pero mis piececitos, reducidos al tamaño del olvido y conseguidos no sabía muy bien cómo, aplastaron el quejido de mi corazón que, al convertirse en algo tan pequeñito, se había deslizado como una gota recién nacida por entre los caudales de la esperanza.
Una voz suave me habló: “Mira, es una mosquita. Pero no, no tengas miedo, eres tan poca cosa que la mosca no te verá. Y si te ve no se molestará porque no llegas a ser cosita” No le contesté, claro está, porque rápidamente vi que no había sido una voz, sino la estela de Goliath al mover sus ojillos de lagarto disfrazado.
Después de mucho pensar creo que no sé lo que me pasa. Los pimientos, el gazpacho, el vino… no se… tal vez el deseo de viajar por el tiempo o la fantasía llevada a la desesperación. Algo de todo eso puede ser o cualquier otra cosa si es mi placer. ¿Qué sé yo ahora y para qué he de saber?
Asomo con cuidado mi nariz por la ventana del salón, mientras intento averiguar cómo he conseguido separarla de su lugar. Olfateo el delicado aroma de los sueños y la coloco de nuevo en su sitio. “¿Por qué?”, se enfada la puñetera. “No me gustan tus poros. Estaba bien apartada de tu contacto” Y yo realmente lo entiendo porque, vivir en compañía de mi sinusitis debe ser un buen trago de lejía, a medio camino entre el no querer y el desesperar.
Es un gran acertijo la forma en que he llegado hasta aquí. No lo puedo adivinar pero el resultado es auténtico: las ramas más altas del abeto que mi padre plantó en el jardín me adormecen en su regazo. Se está bien. No tengo miedo, ni frío, ni me siento sola, ni siquiera estoy incómoda.
Miro hacia abajo y encuentro mi secuela sobre el suelo. Goliath, aunque preocupado por la nueva forma que no reconoce sigue intentando la captura y, lentamente, se mueve detrás de mi mitad a la que, por ser la más dolorosa le dedico algo parecido a un refrán: “¡Espabílate querida y no, no te distraigas con la sorpresa! Llevas tiempo reducida, ¿de qué te extrañas? ¿De qué te quejas? Puedes subir en cuanto quieras…” Y lloré por ella. Porque no sabía encontrar el rastro del ayer, el que le servía y la convertiría de nuevo en un gran ser. Un ser grande con zapatos del cuarenta y tres y con la talla del que sabe querer.
Las ramas de aquél árbol alquilado por un puñado de alegría y modeladas con precisión científica, me empujaron sobre el aire de la madrugada. Y la madrugada me hizo rebotar en el agotamiento más discreto, casi invisible, que pellizcaba mi cuerpo, para caer casi sin saber, encima de una gran mancha de recuerdo. La mancha me impregnó quedando marcada. Como la pared blanca llena de contornos negros, dejados casi al azar por aquellos cuadros que un día tuvieron o quizás, sólo si el destino lo permitió, ante anónimas miradas, también lucieron.
Madrugada de ventisca solapada en una mente cansada. ¿Qué intentas hacer con mis sentidos? No viviré para contarlo porque, cuando me duerma, no quedará señal de tu largo paseo sobre ellos. Te habrás ido en busca de otros deseos, de otras semillas germinadas para brotar en ellas, si consigues engañarlas. Cuando me duerma morirás conmigo, junto a mí y con mi fantasía más infantil porque, al salir el sol, pediré billete para otro destino, para otro mundo distinto al que me has ofrecido especialmente. Te lo agradezco sin embargo, no creas que soy de esas que se olvidan de un sueño, pero cuando me duerma, morirás conmigo. Porque no hay más remedio para mi cordura y además porque lo decreto pues, en cada acto de entrega al lugar donde me has llevado, siempre hay, al abrir la puerta, un esperado nacimiento.

Queralt.

Madrugada del 14/15 de julio de 1.995

Ahí queda éso.
Por algún motivo, me he acordado de este relato y "necesitaba" compartirlo.
Puede que con él, quiera cerrar un círculo, una etapa, o tal vez solo sea que quiera impresionaros, no lo sé, aunque sí confesaré, que el cava fresquito habló mucho por mi...

Queralt.

7 comentarios:

Arnau dijo...

¿Cava fresquito? Dom Perignon, Queralt, Dom Perignon.

Ni Kafka lo hubiera escrito mejor.

Elie Ayurugali dijo...

Hola. Soy Elie. Gracias por tus visitas a mi vida en marcha. Un saludo. Elie

Javier dijo...

El cava no crea las palabras, pero ayuda a que fluyan. Y si está acompañado de cerezas y chocolate... ni te cuento.
Besos

diego dijo...

Después de un escrito así, te tengo que enlazar a artistasoguerreras.

Un beso

ninive dijo...

Vuelve el tiempo a pasar y una cereza en el camino me recuerda una senda que espero no volver a extraviar.
Muchas gracias por tu comentario en Deprisa Queralt y vaya si tenías razón, que lo que de siempre ha sido es parir y solo así nace el ser humano.
Salgo en unas horas de viaje y ando sin tiempo pero a la vuelta leo mejor tu relato y gracias por compartirlo.
Un abrazo Queralt

Fet dijo...

Aquella pintura acabaron por prohibirla por excesivamente psicoactiva.
Brillante Queralt.

Queralt. dijo...

Arnau, es un honor lo que me dices, y me alegro mucho de que te haya gustado. Es uno de mis relatos preferidos pero, no fue muy popular entre mis amigos, más bien, cuando se lo leía se quedaban pasmados sin haber entendido nada, jejejje. Y a mi, en el fondo, me encantaba.

Elie, visitarte, es un placer con sabor amargo del que no quiero prescindir.

Javier, el cava... el chocolate... las cerezas... las olivas rellenas... las cortecitas... todo ayuda a escribir en una noche solitaria... jejejje.

Diego, que me hayas incluido en tu blog, que me relaciones con las historias que cuentas de los maravillosos personajes que elijes, es un enorme placer. Y también un honor. Gracias.

Carlos, espero que, a partir de ahora, no perdamos el contacto. Los buenos ratos del Cuentacuentos y lo que hemos compartido, se lo merecen.

Fet, aquella pintura, sigue siendo la misma que lucen hoy las paredes de mi casa así que, no puedo cambiar ningún cuadro de sitio, jajajja. ¡Pa'qué! No tengo ganas de zafarranchos. Ya estoy mu mayor. Encima, aquellos días fueron los de más calor de todo el verano... no quiero ni recordarlo.
Otra cosa, ¡ya te vale! Te vas sin decír ni mu y nos dejas preocupados, cooogno. Tanto tiempo sin saber de tí... no tienes corazón... ¿y si te hubieran abducido? ¿Nos lo contarías?

Besos de cereza para todos.

Queralt.

Sobre las autorías:

La mayoría de las fotos que ilustran este blog las he recogido en la red y son anónimas pero, si alguien se siente vulnerado en la autoría de alguna de ellas, no tiene más que decirlo y serán suprimidas o, se hará constar el nombre de su autor.

Mi Kay, mi perrita...

Mi Kay, mi perrita...