
Fue anoche, alrededor de las cuatro de la madrugada. Estaba apoyada sobre la barandilla de la terraza y, desde el privilegio que me concedía la altura, me fumaba el enésimo cigarrillo mirando al oscuro horizonte... hacía calor, bochorno, aunque una ligera brisita intentaba darme ánimos...
El rumor suave del mar me acompañaba y también las luces de posición de algún velero, allá al fondo.
Delante de mí, el "corralón", un gran patio rodeado de estancias cada una de ellas dedicada a algo concreto, ya sea para almacenar los corchos que usan para señalizar las redes cuando están caladas o bien, para secar diferentes tipos de pescado o también, para guardar las anclas gigantes y el resto de cosas necesarias para la almadraba del próximo año.
Desde el silencio, surgió un golpe suave e inesperado sobre uno de los tejadillos. Miré por inercia porque, en realidad, sabía de qué se trataba. Sobre ésa "uralita" moderna que asemeja acero, apareció un gran gato negro... sigiloso, saltó sobre el borde del muro del corralón.
La ceniza de mi cigarro cayó despacio sobre las plantas del porche mientras observaba al minino. Sólo yo me dí cuenta... ni siquiera el gato negro pudo ver algo tan fugaz... aunque estoy segura de que las grandes hojas verdes, notaron el pequeño suceso...

La noche es propicia para cualquier cosa... y para mí, además, la noche es donde ubico el mar de mis sentimientos más tímidos... porque es en la noche cuando se atreven a nacer o brotar por mis poros, a salir de su escondite... la noche me da vida... la noche, llena de energía mis venas, mis pensamientos, mis sueños y, mis esperanzas, se renuevan esperando el día.
El gato debió notar la intensidad de mi interior porque, en su caminar lento por el borde del muro, se volvió de repente para desandar su camino. Cuando llegó al punto más cercano a mi atalaya, se sentó sobre sus patas traseras y se quedó fijamente mirando hacia donde yo estaba.
¿Me miraba?
Muy despacio, me moví un poquito hacia la izquierda y él, me siguió con sus ojos brillantes.
Me estaba mirando...
En la noche calurosa de un día cualquiera, en un lugar cualquiera del Universo, un gato negro, muy negro y grande, me miraba preguntándome, sin duda, qué me pasaba...
Los ojos de los gatos negros en las noches calurosas, no admiten ni mentiras ni subterfugios así que, tiré la colilla a la calle, me dí media vuelta y me fui a la cama.
Queralt.