Último día del año… y no soy
capaz de felicitar a nadie…
¿Qué hay que celebrar? ¿Que sumaremos trescientos sesenta y cinco días, cinco horas, cuarenta y nueve minutos y doce segundos a nuestras vidas? Aproximadamente y sólo aquéllos que lo consigan. No tengo el cuerpo para jolgorios. Ni quiero tenerlo. Por solidaridad con aquellos que están sufriendo más que yo. Por los enfermos que se encuentran desahuciados no por la ciencia sino por las personas politizadas y crueles a las que no les importa sentenciarlos a muerte. Me siento solidaria con la soledad de las buenas personas que se sienten desesperadas ante un mundo que no sabe lo que es la humanidad, ni el calor de la compasión, ni la fuerza de la comprensión.
La felicidad sólo vive en nuestros corazones. Pero el bienestar y el progreso es algo que nos ganamos con el esfuerzo, el sacrificio, la entereza y determinación personal de querer ser mejor cada día, para dejarle a nuestros hijos un mundo mejor en el que puedan desarrollar sus vocaciones y dejar libres sus sensibilidades ante el arte, la cultura, la ciencia.
¿Qué hay que celebrar? ¿Que sumaremos trescientos sesenta y cinco días, cinco horas, cuarenta y nueve minutos y doce segundos a nuestras vidas? Aproximadamente y sólo aquéllos que lo consigan. No tengo el cuerpo para jolgorios. Ni quiero tenerlo. Por solidaridad con aquellos que están sufriendo más que yo. Por los enfermos que se encuentran desahuciados no por la ciencia sino por las personas politizadas y crueles a las que no les importa sentenciarlos a muerte. Me siento solidaria con la soledad de las buenas personas que se sienten desesperadas ante un mundo que no sabe lo que es la humanidad, ni el calor de la compasión, ni la fuerza de la comprensión.
La felicidad sólo vive en nuestros corazones. Pero el bienestar y el progreso es algo que nos ganamos con el esfuerzo, el sacrificio, la entereza y determinación personal de querer ser mejor cada día, para dejarle a nuestros hijos un mundo mejor en el que puedan desarrollar sus vocaciones y dejar libres sus sensibilidades ante el arte, la cultura, la ciencia.
No, no tengo ganas de fiestas, de
comidas especiales, de regalos mermados, de mantener el tipo cuando sólo tengo
ganas de llorar. Llorar por los que se han quedado en la calle sin posibilidad
de rehacer sus vidas y sin poder cobijar a sus hijos entre sus sábanas de
muñequitos. Llorar por los ancianos que, después de toda una vida no pueden
morir con dignidad. Llorar por aquellos que ya estaban mal y ahora simplemente
son invisibles porque de repente, hemos descubierto que nosotros también
podemos empeorar.
Las esperanzas son pequeñas chispas de alegría que nos empeñamos en palpar para no reconocer el dolor. Es lo que nos queda a los pobres: engañarnos con la esperanza de que el mañana será mejor que hoy; engañarnos con la esperanza de que el mes que viene se cumplirán nuestras expectativas porque, ¡caramba! no hay duda de que ya va siendo hora; y seguir engañándonos con la alucinación de que, en el año que está a punto de empezar, todas las fechorías de aquellos que nos desGobiernan, se podrán contrarrestar para volver al punto donde estábamos.
Las esperanzas son pequeñas chispas de alegría que nos empeñamos en palpar para no reconocer el dolor. Es lo que nos queda a los pobres: engañarnos con la esperanza de que el mañana será mejor que hoy; engañarnos con la esperanza de que el mes que viene se cumplirán nuestras expectativas porque, ¡caramba! no hay duda de que ya va siendo hora; y seguir engañándonos con la alucinación de que, en el año que está a punto de empezar, todas las fechorías de aquellos que nos desGobiernan, se podrán contrarrestar para volver al punto donde estábamos.
No hay nada que celebrar… sólo
vamos a asistir al tránsito de un día a otro, como todos los días y, como todos
los días, el siguiente y todos los demás, serán tan duros como los que ya hemos
vivido y no hay esperanza, porque no hay chispas de luz que puedan alumbrar
ésta sin razón a la que estamos siendo testigos de primera mano.
Me duele la inocencia de los
niños que miran a su alrededor sin saber lo que pasa y me duele cada letra que
escriben en sus cartitas a los Reyes Magos, mientras sueñan con la magia de un
futuro que les va a truncar la vida. Me duele la angustia de los que no saben
qué camino tomar o que sienten que la vida, su vida, vale menos que su propio
dolor.
Me duele la hipocresía. Me duele
ver el terror que los intereses creados están sembrando en el mundo. Me
horroriza tener que admitir que, un Gobierno salido de las urnas, puede actuar
como un grupo terrorista. Me duele el mundo como si lo llevara sobre la
espalda. Me duele el dolor de todos los que no tienen voz…
No hay a quién recurrir. No hay
un Defensor del Pueblo que defienda al pueblo. No hay una mano amiga que
solucione la injusticia y la crueldad de aquellos que llenan su corazón de
razones para masacrar, sentenciar y empujar al abismo a los que no son como
ellos. Pero van a misa a comulgar el cuerpo de su cristo. A honrar a su dios. Y
harán la pantomima de una austeridad ejemplar. Porque lo que importa es,
escenificar sólo aquello que conviene para sus propios intereses ruines y
mezquinos, abominables. Si de verdad creyeran en ése Dios que proclaman,
seguirían sus doctrinas:
El relato evangélico de Lucas, donde se anuncia el nacimiento de Jesús a los pastores concluye con la siguiente alabanza expresada por los ángeles: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad." (Lucas 2, 14).
El relato evangélico de Lucas, donde se anuncia el nacimiento de Jesús a los pastores concluye con la siguiente alabanza expresada por los ángeles: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad." (Lucas 2, 14).
Mi deseo para todas las personas de buena
voluntad que hay en el mundo, en un día como hoy, se resume en una sola cosa: mucha
fuerza para luchar contra el mal. Un mal, genérico, que nos viene a través de
la injusticia social.
Para los demás, pido con fervor
casi místico, que el año que está a punto de empezar sea el comienzo de un
calvario de justa reciprocidad.
Queralt Berga.